¿Has sentido ese frío que te recorre las espaldas cuando
despiertas y miras a tu lado y la persona con la que compartiste la mitad de tu
vida ya no está? Cuando sientes su ausencia, hasta te cuesta dormir, y cuando
por fin lo logras, despiertas con la vana fantasía de escuchar sus pasos y su
voz diciéndote “hola, llegué, ¿qué hay para la cena?”
Pasaste años
con él, estarlo era lo normal y natural para ti, pensabas que tu vida ya estaba
realizada, que tenías para siempre a ese ser especial en tu vida. Pero quien un
día te regaló su vida y dedicó una canción… hoy ya no está contigo.
Y nos
preguntamos cómo volver a empezar, si en nuestros planes nunca estaba esta
tristeza que te mata el alma y te corroe el corazón. ¿Cómo enfrentar la soledad
si quien siempre estuvo allí para ti y ahora sólo es una sombra dolorosa?
Ahora que pasas por ese mal momento, te miras al espejo
recordando a aquella amiga que te buscó ante una situación similar. Ahora que
tú pasas por ello, sientes que no le diste las palabras adecuadas, que no
supiste entender la profundidad del problema, que mirabas hacia otros lados, o
tal vez incluso emitías juicios sin comprender que algún día serías tú quien
viviría ese mal trago. Sólo cuando nos toca, le tomamos el peso.
Ahora miro la vida más tranquila, si me llaman los escucho y
trato de animarlos aunque yo muera por dentro. Siempre hay que ponerse en el
lugar de la otra persona que un día marcó tu número para decirte que estaba sola
y necesitaba de ti… Ahora que me sucedió lo mismo, mi mente está más abierta y
creo que todo es posible, hoy me tocó a mí, quizás mañana a ti. La vida es una
rueda que sólo Dios sabe dónde parará; la pena y la tristeza la guardé en mi
corazón.
Para él, yo lo
era todo en su vida, él tenía todo mi amor y toda mi dedicación… hasta que una
de piel más suave llegó a nuestra vida, trayendo para él la primavera y para mí
el invierno. Nada está garantizado que dure para siempre, disfruta de lo que
hoy tienes que mañana podrías añorarlo.
Pero a pesar de lo que la vida nos depara cada día, cuando
despierto le doy gracias a Dios por tener un día más en que ser mejor, y saber
escuchar al que me llame por teléfono para contar sus sufrimientos.
Amigos, nunca se sabe qué pasará en el mañana, escuchemos a
quien nos llama, puede que al hacerlo el dolor no sea tan grande y la pena sea
más suave cuando nos toque vivir ese dolor.