Ser normal.
Con un corte de pelo normal, con un color normal,
con una ropa normal, con un trabajo normal, con una pareja normal, con unas
aficiones normales.
Hacer cosas normales.
Para que el resto no se asuste.
No sea que, la vida, pueda ser percibida de muchas
maneras.
Leer cosas normales.
Hablar de cosas normales.
Comportarte de manera normal.
No sea que destaques, que llames la atención, que
se fijen en ti.
No sea que puedas mostrarte libre y pongas en tela
de juicio la libertad ajena con tus decisiones.
Porque la normalidad ha sido utilizada siempre como
una amenaza.
Porque si no cumples con lo establecido, te hacen
sentir culpable, te excluyen, te cuestionan y juzgan una y otra vez.
Porque la normalidad se ha establecido como un fin
imbricado a la felicidad.
Has de ser normal para ser feliz.
Tener una casa e hijos y dos perros y hacer tartas
de manzana y dormir ocho horas y lavar tu coche los domingos.
Y todas tus energías han de ir dedicadas a ello.
Pero siento decirte que algunas personas no
queremos ser normales.
No necesitamos tu aceptación.
Porque tú no tienes que aceptarme.
Yo existo sin ti.
Supéralo.
Hay cosas de mí que no te incumben.
Asúmelo.
Porque somos muchas y muchos a los que nos importa
una mierda que no entiendas nuestra forma de vida.
Porque nos ha costado mucho llegar a querernos por
lo que somos.
Entre otros motivos por gente como tú.
Que quiso hacernos la existencia más difícil.
Que quiso que dudáramos y pasáramos por el aro y
nos anuláramos y dejáramos a un lado nuestras rarezas.
Somos muchas y muchos los que no encajamos en tu
idea del mundo.
Y no por eso merecemos menos el amor.
Y no por eso hemos de tener menos derecho.
No seremos normales, pero estamos vivos.
Seguimos vivas.
Y acostúmbrate.
Porque somos multitud.
Bien unida.
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